“Ley Censura”: Bienvenidos al Gran Circo de la Desinformación

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Por: La Incómoda Lealtad

 

 

 

Imagina despertar un día y descubrir que tuits, memes y hasta chistes de sobremesa son considerados “contenido nocivo”. ¿La razón? Porque a alguien en el poder se le antojó silenciarlos. Eso, querido lector, no es una trama de Netflix: es el México que pinta la llamada “Ley Censura”. Una reforma que promete “protegernos” de la desinformación… y de paso arrodillarnos ante el Gobierno.

Desde el inicio, el guion huele a mala telenovela: se elimina al Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), ese único árbitro mínimamente independiente, y se reparte su poder entre “nuevas entidades” sujetas al Ejecutivo. Resultado: menos pesos y contrapesos, más dedazos. Porque, ¿para qué necesitamos un órgano técnico si podemos nombrar a un comisario político con licencia para decidir qué plataformas digitales siguen vivas y cuáles reciben el tiro de gracia?

 

La joya de la corona es esta perla: cualquier contenido que “alimente desinformación” u ofrezca “propaganda de gobiernos extranjeros” podrá ser interceptado y eliminado sin mayor trámite. ¿Desinformación? Cada quien la define a su antojo. Hoy un tuit inconforme, mañana un blog crítico. Y el Gobierno, cual director de orquesta, da la nota de qué queda y qué se va al basurero digital. Adiós pluralidad, bienvenida censura discrecional al estilo “aquí mando yo”.

 

Bastará con que un aliado manotee “¡Ese medio difunde noticias falsas!” para que el portal sea clausurado. Nada de due process ni decencia democrática: clausura exprés con multas que espantan hasta al más pintado. ¿La fórmula? Ambigüedad más poder concentrado: la receta perfecta para el autoritarismo de bolsillo. Y mientras tanto, los ciudadanos aplaudiendo en redes… hasta que les toque el turno.

 

No es teoría conspirativa: en regímenes donde plataformas y voces críticas han sido amordazadas, el primer paso fue definir arbitrariamente qué es verdad y qué es “desorden”. Rusia, Turquía, China: el libre flujo de información sufre cerraduras digitales que después se convierten en puertas giratorias hacia la censura política directa. ¿Y México? Vamos camino a vender nuestras libertades al mejor postor, con el clásico mensaje de “es por tu seguridad”.

 

La reforma no solo atentará contra periodistas valientes. Investigadores universitarios, activistas medioambientales, colectivos de derechos humanos y hasta tu tía que comparte recetas se verán bajo la espada de Damocles de la etiqueta “nocivo”. Porque cuando das al Gobierno la facultad de “proteger” al ciudadano borrando lo incómodo, no hace falta un Gran Hermano omnipresente: basta un sistema legal retorcido para silenciar a quien hable de más.

 

¿Y tú qué harás mientras tanto? ¿Aplaudirás desde el sofá la “medida contra la desinformación” o exigirás un debate de altura? Este circo no va a desarmarse solo. Necesitamos fuerza política, sociedad civil y un grito de “¡Aquí no nos tragamos el cuento!”. Porque si aceptamos que unos cuantos definan lo que podemos leer, ver u opinar, mañana nos sorprenderemos al caer en la neblina de la ignorancia propiciada por el poder.

 

En un país donde la libertad de expresión es endeble, la “Ley Censura” no es una reforma, es un atentado contra la esencia democrática. Sepamos nombrarlo: es control político envuelto en un disfraz de protección ciudadana. Y si permitimos que prospere, acabaremos como meros espectadores de un reality show del absurdo, en el que la verdad quede fuera de línea y la disidencia sea un delito digital.

 

“Ley Censura”: porque en este circo, el funcionario de turno es el maestro de ceremonias y nosotros, el público obligado a aplaudir sin rechistar. Y si no, ya saben: silencio y pantalla azul de la libertad.

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