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Por Juan Carlos Hernández Ascencio

El ser humano en la búsqueda de la verdad, se plantea preguntas que le permitan conocer en su entorno lo que posee, pero también lo que desea, es así como cuestiona una idea, una filosofía y toda cosa nueva que en su ambiente se le presente como novedad, o como desconocido lo cual le crea cierta incertidumbre, quizá sea normal pues el hombre como la mujer están ávidos de encontrar respuestas ciertas, precisas y seguras que le ayuden a tomar decisiones siempre y en cada instante de su vida. 

La generación de respuestas a nuestras preguntas deriva en tener más claro que es lo que sí queremos y por consecuencia hacer por ello, definirse en la complejidad de opciones y llevar a la acción esa decisión. Vivir es sentir las obras hechas, las satisfacciones que nos dan los buenos resultados emanados de buenas decisiones y acciones, por lo que se cristaliza como una opción y oportunidad de fortalecer nuestros pensamientos y entonces fijamos una ideología y filosofía con la concepción que ello implica: somos lo que hacemos y definimos en el día a día, en lo proactivos, asertivos y empáticos, sí o sí.

La consecuencia de ser conscientes de lo que sí queremos y tenemos la situación clara, el pensamiento enfocado y la mirada puesta en lograr tal propósito -el que sea- entonces acto seguido y entramos a la acción inclusive más allá de lo que actualmente hacemos, un día sí y otro también, en ello va implícita la exposición de la verdad de la filosofía que pregonamos, o en la que pensamos para bien, entonces valoramos los diferentes escenarios que se nos presentan y proponemos la idea, justo aquí está el quid, proponer es lo que nos falta, una firme propuesta ideológica que contagie, convenza, unifique, consolide al prójimo y luego a la sociedad.

Visualizar la parte importante de donde debemos empezar a trabajar, a dónde queremos ir en lo individual y luego en equipo, en sociedad, comunidad, en la inteligencia de prosperar y avanzar en lo deseable y en lo posible, sin dejar de lado nuestros ideales, que por supuesto cada uno posee para esta vida. Analizar nuestros pensamientos en los valores tradicionales nos hará saber qué queremos y para qué, empero hay que cuidar el galopante individualismo tan acentuado en nuestra época y sociedad, hoy es y está el hombre por el hombre en un insensible remordimiento y proyectado antropocentrismo que deriva en el olvido de un ser supremo teocéntrico que fue inspiración de culturas y sociedades prolijas en todo.

Una barbaridad de nuestro siglo y nuestros días nunca planteada así, con la interrogante de quién es el hombre y para qué está, para dónde va y qué pensamiento riguroso le cuestiona de su existencia en el planeta tierra; pocos sin duda los hay que tienen claro que es lo que hacen acá y su fin último, pero no todos se lo plantean, es decir no saben que es lo que en realidad sí quieren para bien sobre todo para el bien eterno. 

Mantenerse apático, fuera de toda responsabilidad no es lo meramente efectivo para salir avante en esta selva imperante de descréditos humanos, nadie se salva de nada ni de nadie, siempre arrecian las críticas destructivas, la envidia, el celo profesional, la diatriba, hay la persona que, con al afán de sobresalir, empuja al otro al abismo y el destierro del reconocimiento según sus propios méritos, nadie da más allá, pero habría que preguntar si alguien da lo que no tiene, imposible.

En la vida hay que saber armar el rompecabezas para saber sortearla, de por si que vivir ya es un problema, pero no lo será tanto cuando nos planteamos lo que sí queremos ser, lograr y compartir, entender que en el dar está la complementariedad, la fugaz felicidad que ello nos hace mejor y sentirnos mejores, hagamos nuestra parte, mire usted que la vida es un suspiro, un momento, pero también una oportunidad única. Sea usted amable lector un ancla de impulso, una muestra de vocación, un ejemplo a seguir, que por cierto de esos son los que México necesita, en el día a día de estos llamados héroes y heroínas, que no mártires. ¡Hágale pues!

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