Claudia Martínez/Voces Ciudadanas.- No son personal de salud, ni políticos, ni representantes populares . Son los de a pie, los que no tienen contratos publicitarios, ni nunca los tuvieron.

Son la otra trinchera. Cronistas que documentan la historia. Y que en tiempos de Excepción como los de hoy, son  uno de los oficios esenciales para garantizar el derecho a la información de los ciudadanos. 

La mayoría de ellos, sin sueldo fijo, sin prebendas, sin ahorros, sin etiquetas. 

No son ambulantes, ni pertenecen a ningún sindicato, culto religioso o político.

Solo son periodistas, fotógrafos, reporteros, caricaturistas, dueños “algunos” de su propia micro empresa.

 Son los que informan hechos que se transforman en historia, una historia que hoy los rebasa, sin protección, sin seguridad social, pero fieles a su oficio, informar.

Fantasmas de un pasado, que  hoy no les alcanza  para sobrevivir quedándose en casa.

Son los periodistas de la vieja guardia. 

Los que no aparecen en las listas gubernamentales, ni en la de los políticos,   ni en la de los sindicatos, menos en la Iniciativa Privada. 

Son los que no conocieron de los pull de prensa privilegiada. Ni tampoco pudieron hacer ahorritos , ni obtener concesiones del transporte publico o plazas, en alguna dependencia de los tres niveles de gobierno. 

Los que no están en nominas  de gobiernos, ni de empresas de comunicación, ni de telecomunicaciones.

Son los de los malos hábitos del periodismo, los que consumían coca colas y chatarra cuando llegaban a sus redacciones. 

Los sobrevivientes a un sistema de nuevas tecnologías. Los que HOY, solo tienen , si bien les va, un celular en mano para seguir informando. Y con eso les basta.

Son un ejercito que intentó seguir en una línea, su oficio. Los que no aplauden, solo informan. 

Para ellos no hay programas emergentes para enfrentar la contingencia del COVID-19.

Ni equipos de protección para seguir,  por lo menos, con un pequeño margen de seguridad en las calles.

A ellos les ganó el tiempo, las nuevas tecnologías, el vivir día a día frente a un futuro incierto. 

No son víctimas, solo son ellos y sus circunstancias.  Su paso por la historia ha quedado resguardado en las hemerotecas de los estados o los municipios, donde las hay.  Y quizá en  algún pequeño espacio de ese mundo que no terminan de dominar, por  falta de interés, tiempo o  tal vez oportunidades. 

Sin títulos, sin maestrías, más que las que da la vida misma y “el oficio”, un oficio que aún los acompaña con la nostalgia del  sonido de las maquinas de escribir, el bullicio de las redacciones, y un añejo y entrañable olor a tinta.

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