Para el capital extranjero, las empresas extractivistas y el narcoestado, Oaxaca lleva tiempo listo para la repartición de los recursos naturales y la deshumanización. 
  • La Guerrerización de Oaxaca es una noticia oculta por intereses económicos. Es la foto de un líder social acribillado. Una mujer con el rostro hinchado de fuego. Una fosa común de niños desaparecidos con sus padres trabajando en Estados Unidos. Una red de tráfico de migrantes controlando los territorios de la Sierra Norte. Un colectivo de indígenas asesinados con las muñecas desprendidas, despojados de su condición humana. Es la alianza política del PRIMOR para controlar el corredor interoceánico.

Antonio Mundaca (@amundaca)

La violencia en Oaxaca es un negocio. Un instrumento para el despojo que tiene como saldo activistas muertos, periodistas desplazados, defensores exiliados de sus pueblos buscando la aventura americana, defensoras con el cuerpo expuesto, comunidades en pugna por pedazos de tierra. Para los criminales la guerra y la sangre, para los políticos la impunidad completa.

Lo que Rossana Reguillo llama la Necromáquina y su efecto borde, es el sistema que normaliza la muerte y produce desarticulación política y el colapso, poco a poco, del tejido comunitario. Ese sentido comunal que nos ha servido a los oaxaqueños, hasta ahora, para contener “el futuro”:  reducir la Guerrerización que se avecina con la consolidación del proyecto del Corredor Interoceánico Transístmico y su violencia que se antoja extrema, por el control del territorio istmeño de empresas trasnacionales de la droga.

El narco, que ante nuestra democracia disfuncional se he erigido como el ganador del monopolio de la violencia. Esa abstracción discursiva llamada crimen organizado, que llevan años apoderándose de la obra pública de los municipios oaxaqueños, de las voluntades de los caciques políticos financiando sus campañas electorales, y alistan una nueva ruta comercial para el mundo montados en el saqueo a los pueblos indígenas.

La violencia social latente en nuestra frontera vecina que no queremos nos defina y que inició en Guerrero en la década de los setenta, después de años de pobreza extrema, del exterminio de luchadores sociales con la Guerra Sucia y tomó su forma actual en el sexenio de Felipe Calderón, y su guerra fingida contra el narco: turbulencias sin pausas hasta nuestro días. 

La Guerrerización es una realidad estructural que nos enfrenta y nos abruma. Es un espejo enorme donde podemos asomarnos y ver las velas negras de barcos que pueden hundirse: la relación del poder del Estado con grupos del crimen organizado en territorio oaxaqueño.

La alianza entre organizaciones criminales y el poder político -nunca nuevas, sí cada vez más cínicas y más normalizadas por los actores sociales, los poderes económicos, los medios de comunicación, solo por mencionar un par de engranes de las estructuras que se mueven buscando beneficios-, para ejercer con la violencia los mecanismos de dominación necesarios para los negocios. “Poseemos una cultura política que no se ha fundado como una cultura legal sino en estas relaciones corruptas”, dice en Nación Criminal, Héctor Domínguez Ruvalcaba.

Para el capital extranjero, las empresas extractivistas y el narcoestado, Oaxaca lleva tiempo listo para la repartición de los recursos naturales y la deshumanización. 

Frente a esa ventana podemos mirar paisajes claroscuros. Termina el gobierno de la frivolidad que encabeza Alejandro Murat, todavía, y que negó al principio de su sexenio la existencia del crimen organizado en Oaxaca, para acabar exhibido por el aumento de las desapariciones, los feminicidios y por la periodista Anabel Hernández, en la página 171 del libro El Traidor, el libro secreto del hijo del Mayo, como socio de Ezio Benjamín Figueroa Vázquez y Hassein Eduardo Figueroa Gómez, de una empresa en Cancún desde 2005. Ezio Benjamín fue arrestado en 2011, bajo el cargo de venta de suministros químicos a cárteles de la droga.

Podría ser tiempo de renovar esperanzas ante un nuevo sexenio. El secreto de Oaxaca y el país siempre ha sido la esperanza, aunque haya algunos que creemos que la noche calla todo, menos al río. La temporada vencida de enfrentarse a primaveras oaxaqueñas que anuncian en realidad, tiempos oscuros: un nuevo gobierno estatal con un discurso de izquierda y una larga lista de personajes reciclados que ya fallaron en el primer “Gobierno del Cambio”. Cortesanos proclives al capitalismo salvaje, a las acciones del neoliberalismo a conveniencia y una vocación para desalentar la protesta social y la crítica. 

Dijo Primo Leví, en sus testimonios sobre el Holocausto, que fue la época donde preferentemente sobrevivían los peores, los egoístas, los violentos, los insensibles, los colaboradores de “la zona gris”, los espías: setenta años después, permanece el uso político del miedo.

La Guerrerización de Oaxaca es una noticia oculta por intereses económicos. Puede ser una foto de un líder social acribillado. Una mujer con el rostro hinchado de fuego. Una fosa común de niños desaparecidos con sus padres trabajando en Estados Unidos. Una red de tráfico de migrantes controlando los territorios de la Sierra Norte. Un colectivo de indígenas asesinados con las muñecas desprendidas, despojados de su condición humana. Mientras el PRI, el PAN o Morena se niegan a ver las huellas dolorosas del poder sobre los cuerpos.

Períodos de espejos deformes: en Guerrero tuvieron al gobierno del ingeniero Rubén Figueroa Figueroa, “El Tigre de Huitzuco”, de 1975 a 1981, emanado de la revolución moral de Luis Echeverría Álvarez en la época donde los militares aventaban hombres inocentes desde los aviones para combatir la insurgencia de pueblos empobrecidos. En Oaxaca se ha elegido como próximo gobernador a Salomón Jara, otro ingeniero emanado de otra Revolución Moral. ¿Será Salomón Jara un gobernador reformista o se incrustará en la política clientelar de los caudillos?

En el sexenio de Rubén Figueroa la producción de marihuana en Guerrero adquirió fama mundial con la variedad conocida como Acapulco Gold por su potencia sicoactiva. La droga guerrerense fue el gran negocio para los caciques y los generales del ejército que, además de reprimir a la población civil y la lucha social, expandieron la siembra de marihuana y amapola en las zonas costeras y serranas. Acapulco se transformó en el paraíso de los capos. ¿Al Istmo de Tehuantepec le espera ese futuro? El presente ya es un dardo envenenado.

En Oaxaca, para sobrevivir por décadas a regímenes que emanaron de revoluciones viejas, el tejido comunitario tuvo que hacerse fuerte, repeler o negociar con los emisarios. Hablar de la revoluciones institucionalizadas fue la única forma que tuvieron los gobernantes para contenerla e instaurar una política del miedo. La herencia más dura de un régimen no es su organización, sino su mentalidad, dice Macario Schetinno, sobre nuestras sombras. 

En Oaxaca la violencia ya no es el futuro. La violencia estructural opera contra los pobres y los excluidos. La violencia histórica aplica contra mujeres indígenas, afrodescendientes, contra esos que el estado a denominado “salvajes” y que por su condición, pueden ser el polo sombrío de la tierra y deben ser segregados por ese concepto de ”modernidad”, que es el nombre del otro proyecto europeo de expansión ilimitada que lleva siglos partiendo el mundo del que habla Achille Mbembe, en Crítica de la Razón Negra

La violencia en Oaxaca se usa para disciplinar a líderes sociales. Violencia gaseosa que es imposible atribuirla a alguien. Puede ser el narcotráfico, el terrorismo, pero en los territorios todos conocen el rostro verdadero del fantasma.

La violencia social que inició en Guerrero en las áreas urbanas, empobrecidas y se extendió a las zonas rurales, fue el resultado de la pugna por el poder de los grupos que buscan tener al Estado a su servicio con la finalidad de imponer sus intereses económicos, y en algún momento se hicieron cómplices. 

En Oaxaca la línea de esa complicidad, sexenio tras sexenio, se ha vuelto más delgada. En ese contexto, la retórica de la militarización que viene del gobierno federal es un conjuro. Tirar al viento hechizos para que no nos volvamos un estado que cuenta muertos, porque no hay manera de que a los desaparecidos les podamos reponer su humanidad.

Artículo publicado en la Revista POLIGRAFO – Política Gráfica Objetiva- Descárgala gratis o puedes leerla en línea aquí.

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