Hablemos de Política, por Diego Martínez Sánchez
La Revolución Cubana, como la llamada “Cuarta Transformación” mexicana, nacieron como una esperanza ante la corrupción, la marginación, la pobreza y la opresión que vivían ambos pueblos, con sus diferencias y similitudes. Sin embargo, al menos en el caso de la primera, se consolidó una dictadura que ha sometido por más de cincuenta años a un pueblo que en su mayoría, sigue enfrentando las mismas carencias y violencias, que padecía antes de su “liberación” del imperio capitalista.
En el caso de la segunda, su historia se está escribiendo sobre las mismas hojas que sus antecesores, “transformando” a los mismos actores y disfrazando las mismas prácticas de corrupción y autoritarismo que prometían desterrar. Promesas vacías que solo emplearon como engaños para llegar al poder por la vía democrática, esa misma vía que hoy busca dinamitar para que nadie más la pueda recorrer, o al menos no sin su autorización, creando un gobierno centralista y un partido único, como en los mejores días de la “Dictadura Perfecta”, alegoría que usó el escritor Mario Vargas Llosa para referirse al control hegemónico que impuso el PRI gobierno durante décadas.
Proyecto que hoy renace bajo la batuta del Presidente López Obrador y su llamado Movimiento de Regeneración Nacional, el cual replica los mismos mecanismos y métodos de control, que las verdaderas dictaduras latinoamericanas y los movimiento fascistas europeos que desquiciaron al mundo a principios del Siglo pasado.
El control militar, la coerción a la liberad de expresión, la represión social, la imagen del enemigo único y el uso de los medios públicos para el control de masas, se repiten como siguiendo un manual. Al igual que la política exterior de no intervención y el respaldo a gobiernos encabezados por dictadores como el de Nicaragua, El Salvador, Cuba y Venezuela, o la negativa a condenar la invasión Rusa a Ucrania, son muestra de la visión de nación que busca crear López Obrador.
O al menos así lo advierten sus principales detractores, quienes hicieron valer su punto con el reconocimiento que entregó el mandatario mexicano a su homologo cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República de Cuba. Un personaje “comprometido con las ideas martianas de Fidel y Raúl (Castro)”, según la descripción de su cuenta de Twitter.
La ofensa fue mayor al ser la Orden Mexicana del Águila Azteca, “la más alta distinción que entrega el Gobierno de México a extranjeros, y se otorga en reconocimiento por servicios prominentes prestados a la Nación Mexicana o a la humanidad”, la presea que López Obrador entregó a su aliado, comprometiéndose a luchar juntos para terminar con el “bloqueo” comercial que supuestamente vive la Isla por parte de Estados Unidos. Situación difícil de creer dada la herencia de 900 millones de dólares que según la revista Forbes, dejó Fidel Castro, el “padre” de la Revolución Cubana, a sus hijos, quienes al igual que la elite gubernamental y empresarial, viven en total opulencia mientras el pueblo cubano lucha por sobrevivir (cualquier parecido con la realidad mexicana es mera coincidencia).
Durante su discurso desde Campeche, López Obrador recordó la resistencia del “pueblo cubano” a las imposiciones de Estados Unidos y la defensa de su soberanía, considerando su lucha como una aportación a la humanidad. Sin mencionar los miles de desaparecidos, de presos políticos y a los cubanos asesinados por el régimen que instauró Fidel Castro y que más de 60 años después, continúa con Díaz-Canel.
Según la organización Archivo Cuba, desde que triunfó la Revolución Cubana se han fusilado al menos a 3.116 personas y otras 1.166 fueron ejecutadas extrajudicialmente, aunque cifras menos conservadoras advierten que pueden ser más de 10 mil víctimas. Algunas de ellas, “en el marco de la ley, con transparencia y con causas probadas”, según el Instituto de Historia de Cuba, una dependencia oficialista que busca contar la versión del gobierno, el cual no realiza informes anuales sobre del tema ni permite la intervención de organismos internacionales.
Actitud similar a la que toman todos los gobiernos autoritarios ante instancias que cuestionan o critican las políticas que implementan, algunas de ellas violatorias a los derechos humanos pero justificadas con discursos de engañosa libertad y corrupción no probada, mucho menos castigada. Creando un enemigo permanente a quien culpar por la falta de resultados e intentar ocultar que ni siquiera los están buscando. Porque de eso se trata la Revolución del autoritario, de conservar el poder a toda costa, desacreditando, atacando y sobre todo, manipulando la percepción de la sociedad, comprando su confianza y su voto con programas sociales asistencialistas, limitando su actuar en la toma de decisiones pero “garantizando” un estado de bienestar que le permita acceder a lo mínimo, a lo indispensable, manteniendo las condiciones de estancamiento social, moral, intelectual y económico que impiden exigir, dichos resultados.
Por eso es tan importante convertir a países como Cuba en un “ejemplo” para la humanidad.