Por Horacio Corro Espinosa

Tenemos que aceptarlo: a la mayoría nos gusta el privilegio. Gozar de prestigio en este país es estar en el nivel de excepción. Lo que no se enfurece, querámoslo o no, es que se nos niegue un privilegio, o peor aún: que nos lo den y luego nos lo quiten. Hay quienes se sienten tan ofendidos que, a pesar de leer el reglamento, piensan que es un asunto personal, por eso dicen: a mí no me hablas así.

Casi siempre, el que recibe privilegios se convierte en un niño consentido. Si al chamaco lo acostumbraron a comer los plátanos pelados, entenderá como una ofensa cuando alguien se los da con cáscara. A él no le interesa saber que el mundo entero los recibe así, pero como se sabe especial le parece humillante que cualquiera se atreva a meterlo en el mismo costal que a todo el mundo. O se los pelan o no los come.

Efectivamente, este es López Obrador, el presidente de México, quien cree que puede disfrutar de cínicos privilegios infinitos. Al principio de su sexenio creía que los honores a la bandera eran a su persona, incluso, así lo dijo.

El vivir dentro de los excesivos privilegios, cree este señor, que es la marca de su identidad y certificado de su prestigio social. Cada una de sus acciones llevan un mensaje: soy especial y no hay reglamento ni ley que pueda conmigo.

A pesar de que diga que vivía de lo que le depositaba la gente en el banco, o que solo 20 pesos carga en su cartera, se ve que lo suyo es vivir del indulto, por eso, durante toda su vida ha peleado por los privilegios. Para él, los privilegios son moneda de cambio, por eso siempre lo regatea. Puede haber un montón de leyes que se opongan a todo lo que él hizo durante su carrera política, pero esa fue la ventaja de su supuesta “lucha”: tener acceso a la excepción, y pobre del que tratara de quitársela: la venganza siempre ha sido su fuerte.

Si con el PRI y el PAN se vivieron administraciones de privilegio, hoy, los privilegios son superlativos. Ser parte de Morena, es beneficiarse de un contrato no escrito donde las leyes son relativas, y de hecho negociables.

Los más famosos, los que tienen más cercanía al presidente, o simplemente, por saber hacer trabajo sucio, es identidad para seguir inmunes en el camino. Otros más, pueden comprar la inmunidad. El resto, puede conformarse con aguantar la vara mientras se olvida el caso, y con eso, les llega por sí sola la limpieza del alma.

Muchos de los que ostentan un cargo, no tienen preparación alguna: simplemente fue un golpe de suerte y les abrió las puertas de la envidiada zona VIP.

Los dirigentes echaron mano de la gente impreparada porque no tenían más en ese momento, pero no les importó el mañana, ni les ha importado. Y hoy, a tres años de este gobierno, cuando se puede ver hacia atrás, ocurre que las viejas prebendas priístas y panistas se han despintado ante la cualidad privativa de Morena.

Los privilegios que antes se trataban con discreción, hoy se demuestra y se enarbola: allí está la familia, casi toda, del presidente.

Los políticos malcriados no nacieron, se hicieron porque les dieron la certeza imperial de ser excepcionales. Bien dice y lo ha repetido una y otra vez el presidente Obrador: “no somos iguales”. 

Y todo aquel que se cree auténtico 4T, así actúa.

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